La caña de azúcar es originaria de Nueva Guinea y después la llevaron a India. Allí se la conoce desde el siglo V a.C. El libro de los Vedas que abarca los himnos hindúes, tiene un curioso escrito que dice: “Esta planta brotó de la miel, con miel la arrancamos, nació la dulzura y yo te enlazo con una corona de caña de azúcar para que no me evites, para que te enamores de mí, para que no me seas desleal”.
Podemos decir que hace mucho que ya se conocían las propiedades endulzantes de la planta de la que “nació la dulzura”. Distinto endulzante es la miel, producto natural del néctar de flores. Nacido del trabajo de las abejas. La palabra azúcar es derivada de shakkar o sarkara que quiere decir “arena gruesa”, en sánscrito.
Un poco de historia
En los comienzos de la humanidad, la caña era la materia base del azúcar. Hoy sabemos que también se puede extraer el azúcar de otras plantas como la remolacha. Se usaba únicamente como una especia o como medicamento para curar heridas. Para endulzar y dar sabor a los alimentos se utilizaba la miel. Pero a partir del siglo XII, y con base en el conocimiento de los indios, empieza en Europa la producción de azúcar. El zumo de la caña se obtenía machacando su tallo de donde salía un jarabe muy dulce (la melaza). Éste después se transformaba en cristales muy solubles en agua, siendo transformados en polvo. Posteriormente se refinaba para hacerlo blanco y puro como hoy lo conocemos.
Hubo esa necesidad porque, junto al incremento del consumo de bebidas como el té, café y chocolate, percibieron que esas bebidas se hacían mucho más ricas y placenteras cuando se endulzaban con el producto de la caña. Es importante resaltar que el aporte de energía al organismo que proviene del azúcar también fue decisivo para que las poblaciones aprobasen cada vez más su consumo. La razón es porque el cuerpo humano está acostumbrado al aporte de carbohidratos complejos en su dieta como las raíces, los granos, las semillas, etc. La glucosa y los azúcares simples son de rápida digestión y provocan muchísima saciedad.
De ese modo, ha sido creada una forma muy efectiva de “educar” nuestro paladar. Así aceptamos los alimentos dulces y añadimos azúcar cada vez más en nuestras bebidas, comidas, postres y recetas en general. Pero en aquella época aún era a pequeña escala. Fue un producto caro y raro durante algunos siglos.
Una cuestión de salud
Con la revolución industrial y el avance de los sistemas de cultivo, el azúcar se popularizó. El comercio azucarero alcanzó niveles altísimos de productividad y rentabilidad. Y la industria alimenticia pasó a usar cada vez más el azúcar. No sólo para que los alimentos supieran bien, sino, también, para que fuesen más atractivos, aromáticos, con texturas más exquisitas y mayor durabilidad. Sin embargo, a mediados del siglo XX, los científicos, amparados en estudios a través de la Medicina basada en evidencias, empezaron a alertar a los gobiernos y a la comunidad médica de la relación directa entre el excesivo contenido de azúcares añadidos a los productos alimentarios y su relación con las enfermedades metabólicas degenerativas como Diabetes tipo II, enfermedades cardiovasculares y la propia obesidad.
En paralelo a estas investigaciones y contraponiendo el estudio que apuntaba al azúcar como gran villano, otros estudios también llamaban la atención por la ingestión de grasas saturadas de origen animal que provocaban casi los mismos desórdenes metabólicos. Por otra parte, se empezó también a evidenciar la transición epidemiológica en la mortalidad de las poblaciones. Es decir, que las muertes por enfermedades infecto-contagiosas estaban en disminución. Esto por el advenimiento de las vacunas, de las medidas de higienización. Pero las enfermedades crónicas, provocadas por las costumbres de la modernidad estaban en constante crecimiento.
Cómo reacciona nuestro cuerpo
Los carbohidratos simples y complejos provenientes del azúcar (glucosa, fructosa, sacarosa y lactosa) sean extremadamente necesarios para el metabolismo humano. Para la respiración celular, para los intercambios metabólicos y la producción de energía. Pero cuando hay exceso de azúcar libre circulando en la sangre, se suele agotar el páncreas que es el órgano responsable de la producción de insulina. Esta hormona promueve la entrada de glucosa en las células. Ese agotamiento, en general, sucede con individuos más susceptibles. Los que están por encima de 40 años de edad, pudiendo desarrollar la llamada Diabetes tipo II. Altos niveles de azúcar que circulan en sangre, cuando no son usados para generar energía, quedan acumulados en forma de grasa. Ésta se deposita en el hígado y en los tejidos inter-viscerales, produciendo sobrepeso y grasas localizadas. También obstrucciones arteriales, tensión alta, ictus, infartos… Además de problemas articulares y de locomoción.
Adaptar o condicionar nuestro organismo para recibir y vivir con menos azúcar en la alimentación es un desafío permanente para evitar esas enfermedades y las complicaciones metabólicas. Varios órganos del cuerpo pueden verse muy afectados: el páncreas, hígado, corazón, ojos y los nervios periféricos, por ejemplo.
Cuestión de educación nutricional
En realidad, no es tarea fácil cuando tenemos hijos pequeños o adolescentes. Sobre todo por la presión constante de la publicidad llena de golosinas, galletas, piruletas, refrescos, helados, yogures y similares. A los adultos, nos pasa igual por la grande y variada oferta de productos en los supermercados de marcas mundialmente famosas. Se ofertan alimentos y bebidas “ricas”, muchas de las cuales son conocidas de toda la vida. Y eso aunque todos sabemos también que no todo alimento rico es sano.
Reflexionando un poco sobre nuestros hábitos, sería interesante buscar formas de reducir el consumo de azúcar. Intentar reeducar nuestro paladar y costumbres alimentarias. Algunos pequeños cambios incrementan nuestra calidad de vida y conllevan un ahorro económico. También un posible encuentro armónico entre cuerpo y cerebro con menos “serotonina azucarera”.
La serotonina es un neurotransmisor, una hormona natural del bienestar que controla el humor, el sueño, el apetito, la sensibilidad a dolores, etc. Cuidando nuestra alimentación somos capaces de regular el humor, los dolores físicos, psicológicos y otras dificultades. Resulta necesario, por razones de salud pública, reducir el consumo excesivo de azúcar.
Regulación impositiva: impuestos al azúcar
Algunos gobiernos de la Unión Europea, preocupados con el excesivo consumo de azúcar y la obesidad infantil, están fijando impuestos sobre los refrescos edulcorados desde 2016. La industria reconoce que el aumento de impuestos ha disminuido el consumo. El gobierno espera que la medida resulte eficaz y conduzca a una disminución de las muertes por enfermedades metabólicas.
En España, Cataluña aplica el impuesto sobre bebidas azucaradas desde mayo 2017. Según un informe del Centre de Recerca en Economia i Salut de la Universitat Pompeu Fabra y el Institut d’Economia de la Universitat de Barcelona: “Hay una relación directa entre el aumento de precios, como consecuencia de la entrada en vigor de la ley, y la reducción de la ingesta de bebidas azucaradas. Sin ninguna duda, el impuesto ha sido efectivo y ha conseguido el objetivo que buscaba a corto plazo”. Afirma la coautora del estudio Judit Vall.
Hábitos saludables para una vida más sana
Algunos dicen que los mayores placeres humanos son tomar sol, comer chocolate, tomar una copa de vino, escuchar música, reír, dormir… También hay quienes valoran el dinero, las posesiones o hacer compras. Aquí se puede mencionar también la actividad “comer con la familia y los amigos”.
Algo muy placentero y que puede ser un buen escenario para debatir nuestras costumbres. Educar nuestros hábitos alimentarios y poner en práctica los cambios necesarios para una vida más plena y saludable para todos.
Comentários
Postar um comentário
Sinta-se à vontade para comentar